El dinosaurio y la acampada

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Los mellizos Vanessa y Simón se van de acampada con su familia. Pero su agradable velada se ve inesperadamente amenazada por una sombra aterradora que parece... ¿un dinosaurio? La respuesta a este misterio la descubrirás en esta divertidísima y al mismo tiempo, educativa historia.

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El dinosaurio y la acampada
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Era viernes y los mellizos Vanessa y Simón iban caminando del colegio a casa. El sol brillaba, hacía un día agradable. Además, su padre les había prometido una acampada cerca de la roca gigante que está en las afueras de la ciudad. Tenían pensado pasar la noche allí. Los niños lo estaban deseando ya. Hacía un día estupendo desde por la mañana y los dos habían sacado notas sobresalientes en Ciencias porque lo sabían todo sobre los dinosaurios. La profesora incluso los elogió delante de toda la clase.

A los niños les encantaban esos lagartos prehistóricos. Coleccionaban pegatinas de dinosaurios, figuras de dinosaurios, tenían camisetas, bolígrafos, hasta cuadernos de dinosaurios. Y habían leído cinco libros sobre dinosaurios. Vanessa y Simón estaban en el cuarto curso. Vivían en una pequeña ciudad y sus padres siempre los llevaban de excursión por los alrededores. Ya casi era verano, así que, esta vez se irían de acampada.

Por la tarde se reunieron todos en casa, limpiaron el apartamento y prepararon las mochilas. Metieron en ellas la comida, tomaron la tienda de campaña, los sacos de dormir, agua, una linterna, cerillas y todo lo necesario para acampar. Luego recorrieron juntos el camino hacia el bosque que ya conocían.

Pasaron por delante de la casa de la señora Reyes, que estaba dando de comer a sus gallinas y estaba enfadada con la Negrita. Como siempre, la gallina negra ahuyentaba a todas las demás de la comida.

—Tú, Negrita, ¡vas a ser la primera en acabar en la sopa! —gritó la señora Reyes, pero cuando vio a Vanessa y Simón, sonrió al instante. Saludó con la mano a sus vecinos y ellos le devolvieron el saludo.

El bosque no estaba lejos. Al salir de la ciudad giraron a la derecha y desde allí pudieron ver la roca gigante junto a la que querían montar su tienda de campaña. La roca era conocida porque dentro de ella había una cueva donde se había escondido alguien famoso durante la guerra. Simón no recordaba su nombre. Tendría que buscarlo en casa en un libro sobre lugares emblemáticos de la zona.

No sabían quién se había escondido en la cueva durante la guerra, pero el paisaje era precioso. Una brisita suave movía las hojas de los árboles, se escuchaba el murmullo de un arroyo y un cuco cantaba por allí cerca. El papá de los niños montó la tienda de campaña rápidamente y encendió un buen fuego. Vanessa y Simón recogían y doblaban ramitas secas caídas para que el fuego ardiera mejor. Su mamá sacó unas rebanadas de pan fresco, salchichas y panceta. Lo pincharon todo en unos palos afilados y largos y empezaron a asarlo.

Hablaban y se reían mucho, porque a Simón se le caía la salchicha al fuego continuamente. La mamá de los chicos cantaba todo tipo de canciones divertidas, todos se lo estaban pasando fenomenal.

Cuando se quisieron dar cuenta, el cielo ya se había oscurecido. La tienda ya la tenían lista y estaban a punto de meterse en los sacos de dormir cuando, de repente, oyeron un extraño crujido. Volvieron a escucharlo de nuevo. Parecía como el chasquido de unas ramas al romperse cuando son pisadas. El ruido se escuchaba cada vez más cerca. Los niños estaban muy asustados y se pegaron a sus padres.

De pronto vieron una enorme sombra sobre la roca.

—¡Es un dinosaurio! —susurró Simón.

—¡Es un Tyrannosaurus rex! —musitó Vanessa con miedo.

Y efectivamente. La sombra sobre la roca tenía un cuello largo, dos patas y se balanceaba como una temible gran bestia.

—Eso es imposible —dijo el papá para tranquilizarlos, —los dinosaurios se extinguieron hace muchísimo tiempo.

Era cierto, pero no se podía negar que todos habían visto la sombra del dinosaurio frente a ellos.

Las pisadas se acercaban cada vez más y el corazón de los niños latía con fuerza, pero no dijeron ni mu del miedo que tenían.

Y entonces, justo delante de ellos, apareció la gallina de la señora Reyes, la Negrita. La gallina debía haberse perdido y la luz del fuego hizo que su sombra agrandada se reflejara en la roca. La pobre Negrita deambulaba toda confundida. Las gallinas no ven casi nada en la penumbra.

—¡Vaya nervios! —dijo la madre —¡estaba asustada de verdad!

Todos suspiraron de alivio y miraron a la gallina, al pequeño dinosaurio despistado. Con un poco de imaginación, realmente parecía un Tyrannosaurus rex. Y las gallinas descienden de los dinosaurios, los científicos ya lo han demostrado.

—¿Qué vamos a hacer con ella? —preguntó Simón.

—La meteremos en la tienda de campaña para que pase la noche con nosotros y por la mañana se la llevaremos a la señora Reyes —dijo el papá. Luego tomó a la Negrita con las dos manos y la puso dentro.

Y así estaban los cinco apretados en la tienda de campaña: mamá, papá, Vanessa, Simón y la gallina, todos contentos porque la Negrita ya no tenía que vagar en la oscuridad. Simón aún estaba un poco asustado y Vanessa un poco temblorosa, pero su mamá los tomó de la mano y su papá dejó encendida la pequeña linterna. Fuera se escuchaba el murmullo tranquilo del arroyo y un pequeño búho ululaba a lo lejos.

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