Hace mucho tiempo, los ciervos que vivÃan en la penÃnsula de Yucatán tenÃan mucha comida y podÃan llevar una vida buena y despreocupada. Disfrutaban de mucho espacio y el clima era perfecto; tan solo habÃa una cosa que hacÃa que vivieran con un miedo constante y por la que nunca podÃan bajar la guardia, y es que tenÃan un pelaje precioso y brillante que les hacÃa muy difÃcil esconderse u ocultarse de los peligros de la penÃnsula, situada entre el mar Caribe y el golfo de México.
Un dÃa, un ciervo joven se detuvo en un claro del bosque para beber agua del arroyo que manaba por allà cuando, de repente, se vio rodeado por un grupo de cazadores. Decenas de flechas cortaron rápidamente el aire, tratando de herir al pobre animal.
El ciervo huyó sin tan siquiera saber si iba en la dirección correcta, puesto que solo pensaba en alejarse tanto como pudiera de los cazadores y salvar el pellejo. Pero, al poco tiempo, tropezó con una rama y cayó dentro de una cueva. Estaba tan oscuro que el ciervo no distinguÃa ni su propio hocico, pero, a través de una pequeña grieta en el techo de la cueva, podÃa ver las siluetas de los cazadores que, desconcertados, rastreaban el bosque en su busca.
Cuando al fin se fueron, el ciervo intentó levantarse, pero sintió un fuerte dolor en la pata.
—¡Ay! —gimió.
Entonces, unas antorchas se encendieron en la cueva. El ciervo se asustó mucho. No tenÃa ni idea de que habÃa caÃdo en la cueva de unos chamanes que amaban a todos los animales sobre el planeta. Cuando vieron que el ciervo estaba herido, lo ayudaron rápidamente. Le pusieron un bálsamo curativo en la herida de la pata y lo cuidaron muy bien.…