Caroline estaba sentada mirando la luna y las estrellas en el cielo nocturno de Hannover. Lanzó un profundo suspiro.
«Ojalá... Ojalá fuera un niño. Ojalá papá estuviera aquÃ, o William. Ojalá nunca hubiera enfermado y, sobre todo, ¡ojalá no fuera tan pequeña!». No hablaba de su edad, después de todo tenÃa doce años. Se quejaba de su tamaño real.
— ¡Ay! —gritó mientras se golpeaba el dedo del pie yendo hacia la cama. Todo lo que habÃa en la habitación le parecÃa demasiado grande.
Su enfermedad la habÃa dejado con poco más de metro y medio de estatura, y ya no crecerÃa más. Su madre le habÃa dicho que nunca se casarÃa, asà que tenÃa que aprender a ser criada. O sombrerera, haciendo sombreros para ocasiones especiales de otras mujeres. O (y esto era terrible, simplemente terrible) ¡una lechera!
No entendÃa por qué su padre le enseñó a leer y los nombres de las estrellas, pero su madre simplemente le hacÃa aprender a trabajar en el jardÃn, a coser y a limpiar. Incluso tenÃa que ayudar a quitar el polvo de las pesadas alfombras.
— Caroline Lucretia Herschel, ¡a dormir ahora mismo! —gritó su madre, en el momento indicado.
Cuando Caroline tenÃa 22 años, su hermano favorito vino de visita desde Inglaterra. Era director de coro y profesor de música.
— Hermanita —le dijo mientras caminaban—, ¿qué te parecerÃa mudarte conmigo a Inglaterra? Puedes cuidar de la casa, y te enseñaré a cantar. Te ayudará con esas lúgubres tardes de invierno. Y creo que tú también serÃas más feliz.
Caroline casi lloró de alegrÃa y aplaudió con sus pequeñas manos. Ya no tenÃa que hacer jabón, ni sombreros de plumas, ni hervir fruta en verano. Por fin podrÃa escapar de su madre.
Vivir…