El pequeño Louis acaba de regresar de jugar junto al rÃo, donde pasó un hermoso dÃa de verano con sus amigos. Los últimos dÃas, el sol ha brillado intensamente y Louis se ha divertido desde la mañana hasta la noche. De vez en cuando tiene que ayudar a su papá en el taller de cuero, ¡pero no siempre! Y menos cuando hace buen tiempo. El papá de Louis sabe muy bien que durante los dÃas de verano los niños la pasan mejor cerca del agua o en el bosque.
Una tarde, Louis regresó corriendo a casa sudando y con mucha sed. Su tazón de leche medio lleno que habÃa sobrado del desayuno seguÃa en el banco, debajo del viejo cerezo. Su mamá habÃa ordeñado leche fresca de la vaca esa misma mañana. Louis no habÃa tenido tiempo de beberla toda antes de irse a jugar temprano por la mañana, pero ahora tomó el tazón con entusiasmo.
Tomó un gran trago de leche, frunció el ceño e inmediatamente la escupió. —¡Ay, —exclamó— sabe asquerosa! ¿Cómo podÃa la leche echarse a perder asà en apenas medio dÃa? —se preguntó. —Louis entró corriendo a la casa y encontró a su mamá preparando la cena.
—Mamá, tengo mucha sed, ¿me podrÃas dar un poco de agua, por favor? —Tan pronto como se bebió un tazón entero, preguntó—: ¿Cómo es posible que mi leche del desayuno ya se haya echado a perder?
La mamá de Louis sonrió y le explicó—: Bueno, la leche se vuelve agria con el calor. Si queremos que se mantenga fresca, tenemos que mantenerla a una temperatura más baja. Por eso todos los dÃas llevo la jarra de leche fresca a la bodega donde está fresco. De esta forma, seguirá fresca al dÃa siguiente.
Unos dÃas…