Era un frÃo dÃa de octubre, temprano por la mañana. Todas las casas de la calle estaban tranquilas. Sus habitantes de cuatro patas dormÃan profundamente... bueno, todos menos una perrita llamada Estrella Polar, que ya se asomaba desde su caseta con gran curiosidad. Como todos los dÃas, miraba las bandas blancas que dejaban en el cielo todos los aviones que pasaban por allÃ. Ahora mismo, un enorme avión estaba replegando su tren de aterrizaje y se dirigÃa cada vez más alto. Ladró con fuerza para despertar a sus perros vecinos.
— ¡Pepi, Spot, despierten! ¡Miren este avión gigante! ¿Hacia dónde creen que vuela? ¿Cómo será ver la Tierra desde tan alto? Cómo me gustarÃa poder experimentar esa vista —gimoteó con melancolÃa.
Pero los otros perros no compartÃan el entusiasmo de su amigo. Pepi estaba acurrucado en su cálida cama. Antes de volver a dormirse, gruñó:
— No entiendo por qué pierdes el tiempo soñando con tonterÃas, Estrella. Por favor, déjame dormir.
Estrella no prestó atención a los quejidos de su amigo. Ella no debÃa perder más tiempo. Antes de salir a explorar, esperaba que le dieran algo de comer (el amo de Estrella no cuidaba muy bien de su perra. A veces se olvidaba por completo de darle de comer, e incluso cuando se escapaba, nunca la buscaba). Pero hoy era uno de los mejores dÃas, y Estela pudo comer unos cuantos huesos. Empezó a roerlos, pero su mente estaba en otra parte.
Estrella aún no podÃa dejar de pensar en ese avión. Estaba impaciente. En cuanto su dueño se marchó a trabajar, hizo hábilmente un túnel bajo la puerta y recorrió las calles en la dirección de donde habÃa salido el avión. Finalmente llegó a las afueras de la ciudad y pronto se encontró…