En un pueblecito cercano a la ciudad vivÃan un papá y una mamá con su hijita. Los padres trabajaban duro en el campo. Trabajaban de sol a sol y al volver a casa por la noche, en lugar de disfrutar de un merecido descanso, siempre les esperaba el más absoluto desorden. La niña era muy descuidada y no ayudaba nada a sus padres. Siempre hacÃa lo que le daba la gana, y todo lo contrario de lo que le pedÃan su papá y mamá.
—¿Qué vamos a hacer? Ahora todavÃa nos quedan fuerzas, pero ¿y cuándo seamos viejos? ¿Quién cuidará de nosotros? —A menudo se lamentaba la mamá.
—¿Y quién cuidará de ella? ¿Quién cuidará de nuestra niña? —se inquietaba el papá.
Eran buenos padres y se preocupaban mucho por su hija, pero no podÃan con ella. No habÃa manera de cambiar su comportamiento, no ayudaban nada ni los gritos ni las súplicas. La niña no sólo no ayudaba a sus padres y era desordenada, sino que además les faltaba el respeto y era respondona.
—No os necesito. Me iré a vivir a otro sitio —amenazaba cada dos por tres.
Y cuando no conseguÃa lo que querÃa, agarraba lo primero que tenÃa a mano y lo estampaba contra el suelo. A veces incluso pateaba sus juguetes con rabia.
—¿De dónde viene tanta rabia? —se preguntaba la mamá llevándose las manos a la cabeza con desesperación.
—Cuando la pille, se va a enterar... —decÃa su papá amenazando. Aunque jamás le habrÃa hecho daño a su hijita, porque a pesar de todo, la querÃa mucho.
Pero una tarde todo cambió...
Como de costumbre, la niña se enfurruñó después de cenar, porque primero querÃa que alguien le leyera cuentos, luego no querÃa cepillarse los dientes ni irse a la…