La escarcha dibujaba con creatividad flores de hielo en los cristales de las ventanas. Las ramas desnudas de un viejo cerezo oscuro albergaban herrerillos y gorriones acurrucados en él. La Navidad estaba a la vuelta de la esquina pero aún no habÃa ni rastro de nieve.
HabÃa luces y bolas de Navidad o copos de nieve recortados por los niños en todas las ventanas de la calle. Sólo la ventana de la señora Lisa estaba vacÃa.
—Mamá, ¿crees que recibirá algún regalo de Navidad? —preguntó Carlitos.
La señora Lisa no tenÃa a nadie. Ni sus nietos, ni sus amigos la visitaban. Puede ser que ni tuviese un árbol de Navidad… y si fuese verdad que ella no tiene uno, ¿dónde le van a dejar los regalos?
—Quizá podrÃas hacerle un regalo en secreto —sugirió su madre—. Seguro que se alegrarÃa.
—¡Gran idea! —exclamó Carlitos entusiasmado.
Se preguntó si deberÃa hacerle un dibujo, ¿o tal vez recortar algunos copos de nieve? No, Carlitos ya era un niño grande. Le prepararÃa galletas.
—Te ayudaré —le dijo su madre.
—No, lo haré yo solo. ¡Ya voy al colegio de mayores!
Como Carlitos sólo estaba en segundo curso y no en cuarto o quinto, buscó en un gran libro de cocina una receta de galletas que no hiciera falta hornear. Preparó copos de avena, semillas, nueces e higos e hizo la masa. ¡Se portó tan bien que ni siquiera probó un bocado!
Con mucho cuidado, dio forma a árboles, flores y, sobre todo, corazones. El niño se pasó toda la tarde elaborando los dulces, y consiguió terminar sin haberlos ni probado. Aunque las galletas estaban un poco torcidas, el niño estaba orgulloso de sà mismo.
Carlitos metió todas las galletas que habÃa hecho en una caja, pero dejó una fuera…