Era miércoles por la mañana, pero el despertador no tenía que sonar porque era festivo, lo que significaba que la familia podía dormir hasta tarde. Este sería un día que recordarían toda la vida, pero ellos aún no lo sabían porque solo eran las siete de la mañana.
A pesar de la hora, había alguien que ya estaba despierta y miraba todo a su alrededor. Para Meg, cada detalle era fascinante y desconocido, y es que todo era muy distinto en el mundo de los dinosaurios.
El dormitorio de Álex y Tina se le hacía demasiado pequeño, pero quería estar allí cuando se despertaran. ¡Se ponían tan contentos cuando abrían los ojos y se daban cuenta de que no había sido un sueño!
Meg intentó desperezarse, pero era difícil hacerlo al estar encajada entre el armario y la cama, pues no tenía mucho espacio para moverse.
—¿Meg? —la llamó Álex.
Meg le dio los buenos días y Álex saltó de la cama muy alegre y la abrazó con fuerza.
—¿A dónde vamos hoy?
¡Estaba deseando embarcarse en una nueva aventura!
—Papá viene también, ¿no? —preguntó Tina desde la litera de abajo.
Le habían presentado a Meg a su madre, que ya estaba escribiendo un libro sobre sus aventuras, por lo que ahora le tocaba el turno a su padre. Los dos hermanos querían saber si él también sería capaz de verla. No todo el mundo podía... Solo los que creían que una cosa tan fantástica como esta podía pasar de verdad.
Álex y Tina se terminaron el desayuno tan rápido que no tuvieron ni tiempo de desperdigar todo por la mesa como siempre.
—¡Daos prisa! —les instaron a sus padres.
—¿Vamos entonces al parque infantil? —preguntó su madre.
—¿Al parque infantil? ¿No dijisteis que iba…