Durante muchos, muchos años, una leyenda ha recorrido el mundo. Cuenta la historia de una cordillera en lo profundo de un bosque oscuro y peligroso donde se alzaba una montaña muy especial. Todos la llamaban Montaña de la Trampa, porque creían que devoraba a los imprudentes. Pero ¿por qué lo hacía? Bueno, al parecer había un gran tesoro escondido en su interior, mayor que cualquier otro tesoro conocido en el mundo. Y los locos por el oro siempre caían en el anzuelo. En cuanto encontraban la Montaña de la Trampa, que estaba bien escondida en el bosque, se sentían atraídos por su oscura entrada y no podían resistirse a entrar en ella inmediatamente. De este modo, los viajeros quedaban atrapados, atraídos por la tentadora promesa de que podrían encontrar todos los tesoros ocultos en su interior. Nada más entrar, la entrada de la montaña se cerraba tras ellos y ya no podían salir. Nadie sabía por qué la montaña hacía esto.
Un día, un viajero caminaba por el bosque. Podría pensarse que buscaba un tesoro, pero no era así. Estaba contento con lo que tenía, era feliz con eso. Simplemente disfrutaba del aire fresco y de pasear por el mundo. Al pasar por una parte muy densa del bosque, se cruzó con una anciana arrugada. Caminaba agachada y solo llevaba unos palos de leña a la espalda. Pero iba tan encorvada que parecía que llevaba tres pesados troncos de árbol.
—Espere, señora, deje que la ayude —dijo el joven, recogiendo la leña y poniéndosela sobre los hombros.
—Gracias, amable muchacho, gracias. Soy vieja y débil y no puedo hacer mucho por mí misma. Esta leña es para hacer fuego en mi choza. Vivo allí, detrás de esos árboles —dijo la anciana.
Caminaron juntos hasta llegar a su cabaña.…