Era un lunes por la mañana y Álex y Tina debían apresurarse a desayunar si querían llegar a tiempo a la escuela. Su madre les esperaba con impaciencia en la cocina.
—¡Álex! ¡Tina! ¿Qué estáis haciendo? ¡Venid a desayunar antes de que se enfríe!
Cuando al fin se sentaron a la mesa, los dos se comportaban de forma... Bueno, un poco rara. Parecía como si se estuvieran escondiendo de algo u ocultaran alguna cosa. Álex parecía nervioso y preocupado a la vez y Tina soltaba una risita de vez en cuando sin ninguna razón en particular. Pero, antes de que su madre pudiera empezar a interrogarles para saber qué pasaba, ya era hora de irse.
El trayecto hasta la escuela también fue un poco extraño. Los niños parloteaban, pero, en un momento dado, Álex habló sin dirigirse a Tina, sino a la nada.
—¿Qué pasa, Álex? —le preguntó su madre.
Álex se encogió de hombros. Siguieron hablando entre ellos y Tina le preguntó:
—Álex, cuando vuelvas de la escuela, ¿me contarás todo lo que pasó?
A su madre le sorprendió mucho ese comentario y le hizo pensar. «A Tina le encanta jugar con Álex, pero nunca le importó lo que pasa en la escuela. ¿Por qué querría ahora saber lo que Álex aprende cada día?».
Pero había otra cosa que se salía de lo normal. Durante todo el camino, había sentido que alguien —o algo— le respiraba en la nuca. «Menos mal que las vacaciones están a la vuelta de la esquina», pensó, y abrazó a Álex frente a la puerta de la escuela.
—Pásalo bien —le dijo su madre después de darle un beso.
—Tú también, mamá. ¡Nosotros seguro que sí! —le espetó Álex mientras corría hacia su clase.
«¿Nosotros?».
Al acercarse a…