Una vez, el joven Faetón, hijo de Helios, el dios del Sol, llegó a casa muy disgustado y se quejó con su madre:
— Nadie cree que mi padre sea un dios. Todos se ríen de mí y me dicen que me lo invento todo.
— Pero tu padre sí que es un dios. Mira hacia arriba. El Sol que sale cada día por el horizonte es tu padre. Él te ve crecer, aprender cosas nuevas y jugar con tus amigos —explicó su madre con ternura.
— Quiero conocerlo. Déjame ir a verlo —insistió Faetón.
Tras un rato persuadiéndola, su madre finalmente accedió y le indicó el camino.
— Tienes que seguir hacia el este hasta llegar a una roca alta. Sigue por un camino sinuoso y llegarás a la cima. Allí encontrarás el Palacio del Sol y a tu padre Helios en él.
Faetón empaquetó rápidamente sus cosas, cerró la puerta de un portazo y emprendió su largo viaje hacia el este. Al acercarse a la roca, ya podía ver desde lejos el resplandeciente palacio. Las llamas doradas de sus muros ardían hasta el cielo.
Faetón atravesó la puerta del palacio. La cegadora luz dorada inundaba tanto el patio que tuvo que taparse los ojos. Por todas partes paseaban dioses y las ninfas tocaban melodías divinas con sus arpas. Cuando entró en el salón principal, vio al dios Helios sentado en un trono frente a él.
— Bienvenido, querido hijo. ¿A qué debo esta agradable sorpresa? — Su padre saludó afectuosamente.
El chico empezó a hablar:
— Todos se ríen de mí. Dicen que me lo invento todo y que tú no eres mi padre. Por favor, ¡haz algo para que sepan que tengo razón!
Helios se acercó a Faetón, acarició su pelo y dijo:
—…