Érase una vez una familia, la familia González, que vivÃa en una casita con su robot aspirador. Pero no era un aspirador cualquiera. Este aspirador era fuera de lo común porque siempre tenÃa hambre. Le encantaba el polvo, la suciedad, las pelusas y cualquier tipo de basura. Aspiraba —o comÃa, como él decÃa— todos los dÃas. Cada mañana, se daba una vuelta por la casa intentando no despertar a la familia y limpiaba todos los rincones. Se daba todo un banquete si los niños habÃan traÃdo arena, tierra y piedras del jardÃn y era imposible que dejara pasar comida de gato o cualquier rastro de su pelaje sobre el suelo de la cocina. ¡Se los tragaba en un segundo! No era raro que incluso aspirara si quedaba algo de comida en el cuenco del pobre Luigi.
—Mmm, ¡qué rico! Aspiré toda la casa y todavÃa me queda hueco para el postre —se decÃa el aspirador.
—¡Te comiste toda la comida de mi cuenco! ¿Y ahora qué voy a desayunar? —se lamentó Luigi, que se habÃa acercado sigilosamente.
—No deberÃas haber ensuciado tanto. Yo limpié lo que debÃa, para eso me compró la familia y no pretendo holgazanear todo el dÃa en una esquina —replicó el aspirador.
Camila, la hija mayor, fue la primera en levantarse.
—Muy bien, Luigi, te lo comiste todo muy rápido —exclamó tras echarle un vistazo al cuenco.
El padre de Camila entró en la cocina poco después.
—¡Qué gusto despertarse y encontrarse una casa tan limpia! Comprar un robot aspirador fue una fantástica idea.
El aspirador estaba encantado y pensó: «Qué bien que la familia esté contenta. Es más, tengo la barriga llena. ¿Y si aspiro también el jardÃn? Seguro que hay todo tipo de cosas deliciosas. Solo pensar en probar…