Supongo que conoces a una chica como Clara. Ella es la que siempre llega tarde a la clase, constantemente le caen sus calcetines y tiene la colita de caballo siempre torcida. Cuando la maestra pide ver los deberes de los alumnos, es ella la que siempre ha dejado el libro en casa. Y si levanta la mano para responder a una pregunta, casi siempre se equivoca.
Así que cuando la señora Brimson dijo que habría una visita de la Reina para celebrar el centenario de la escuela y que se elegiría a una alumna para saludar a Su Majestad, todos sabían que no sería Clara. Sería Priya, que era brillante en gimnasia, o Michael, que era listo en ciencias, o Skyla, que siempre salía la primera en los exámenes.
Para evitar discusiones, la señora Brimson sacó de un sombrero el nombre de la persona que conocería a la Reina. E imagínate la sorpresa de todos, ¡cuando fue Clara!
—Pero tú no tienes ningún talento —dijo Emily en el receso.
—Sí —dijo Katie, revolviendo su cabello dorado. —No eres rápida, ni lista, ni siquiera muy guapa. La Reina se aburrirá de conocerte.
—¡Yo sí tengo talento! —dijo Clara. Aunque en secreto, le preocupaba que lo que decían las chicas fuera cierto. Ella no tenía ninguna habilidad especial, a menos que se contara que se le daban mal la mayoría de las cosas, y no creía que eso fuera algo de lo que se pudiera presumir.
—Soy buena en muchas cosas.
—Oh sí, ¿cómo qué?
—Bueno, yo... Eso es... Umm...
—Estamos esperando —replicó Katie dando golpecitos con el pie. —Y la Reina también estará esperando, bostezando de cansancio.
—¡Tengo un perro mágico! —Clara ya podía oír lo tonto que sonaba, pero era demasiado tarde…