Érase una vez un toro muy recio y cruel llamado Antón. TenÃa unos cuernos muy grandes y unas pezuñas muy fuertes. Siempre que se encontraba con alguien más pequeño o más débil que él, lo embestÃa y resoplaba para asustarlo.
Un dÃa, Antón estaba pastando en un prado no muy lejos de una enorme granja. Se deleitaba alegremente con la hierba fresca y movÃa el rabo de un lado a otro para espantar a las moscas que querÃan posarse en su lomo. De repente, un ratón gris llamado Angus asomó la cabeza por un agujero del suelo. Apenas vio al toro pastando, salió de su escondite y corrió por la hierba alta ¡directamente hacia Antón! Cuando llegó a su altura, se le subió por la pata, correteó por su lomo, saltó sobre su cabeza y le mordió la nariz. Antón dio un grito de dolor. TenÃa una nariz muy sensible y, aunque Angus era diminuto, ¡le hizo mucho daño con sus dientecitos! Tan pronto lo mordió, el ratoncito saltó sobre la hierba y se escabulló, riendo. Antón estaba furioso. Lo buscó en el pasto y, cuando lo encontró, comenzó a seguirlo hasta pisarle los talones. Estaba a punto de alcanzarlo y asestarle una cornada cuando el ágil ratón saltó a un lado y desapareció por entre una grieta en la pared. El toro resopló y bufó de rabia y pateó el suelo con sus pezuñas, pero no podÃa hacer nada.
—¡Sal de ahÃ, ratón pendenciero! —gritó—. Si eres valiente para fastidiarme, ¡da la cara!
Pero Angus no salÃa. Solo se reÃa y le sacaba la lengua a Antón desde la seguridad de su agujero.
El toro nunca antes habÃa estado tan furioso.
—¡Esto es demasiado! —gruñó entre dientes—. No dejaré que un minúsculo ratón, que es cien…