En un prado junto al bosque había un hormiguero grande. Las hormigas caminaban de aquí para allá, siempre cargando con algo. Una joven cigarra estaba pastando cerca y las estuvo observando durante un rato. Luego les preguntó a las hormigas: —¿Por qué vais siempre tan cargadas?
—Estamos preparando la comida para el invierno. Cuando la nieve y el hielo cubran todo el paisaje, no se podrá conseguir más comida— le contestaron las hormigas a la cigarra.
La cigarra se echó a reír. —Qué tontas son, trabajando en un día de verano tan bonito —se dijo a sí misma.
—¡Qué tiempo más bonito hace hoy! Hay que disfrutar del verano y jugar —les dijo a las hormigas, —sólo los tontos trabajan cuando hace tan buen tiempo.
Pero las hormigas no escucharon a la cigarra y siguieron recogiendo todo lo que pudieran utilizar durante el invierno. Traían hojas y ramitas para fortificar el hormiguero, setas, arándanos y otros frutos de bosque que a veces acarreaban durante todo el día desde las profundidades del bosque. Mientras tanto, la cigarra se divertía en el prado y cada vez que se cruzaba con las hormigas intentaba convencerlas para que disfrutaran del sol y se divirtieran de una vez.
Un día, una hoja de roble se posó en la nariz de la cigarra. Era toda amarilla y cuando miró a su alrededor se dio cuenta de que todas las hojas estaban cambiando de color del verde al amarillo o al rojo. Había llegado el otoño. Los días se hacían más cortos y ya no eran tan cálidos y soleados como antes, pero aún quedaba mucha hierba en el prado y la cigarra creía que era imposible que desapareciera nunca. No le preocupaba en absoluto poder quedarse sin comida algún día.
Las…