Érase una vez, en una tierra de bosques profundos y rÃos burbujeantes, una familia de lechuzas. La lechuza madre criaba sola a tres crÃas. Las querÃa a todas por igual, pero cuando la más pequeña de sus crÃas, la pequeña Pauline, empezó a ir a la escuela, descubrió que Pauline iba a dar mucho más trabajo que las otras dos.
Por mucho que se esforzara, siempre sacaba malas notas. Mamá no entendÃa por qué.
—Pauline, eres una lechuza, ¿por qué no eres lista? —le riñó su preocupada madre. —Sigues sacando malas notas y tu profesor no para de mandarme mensajes diciendo que no vas bien. ¿Cómo es posible?
—No lo sé, mamá. Hago todo lo que puedo. De verdad. No sé por qué no puedo mejorar. No entiendo nada de lo que está escrito en la pizarra —respondió su hija con impotencia, levantando, perpleja, sus alas.
—Pero tu profesora deberÃa poder explicártelo, es increÃblemente inteligente —replicó su madre.
Las dos hermanas mayores, Vera y Agatha, también tomaron la palabra. —Las lechuzas estúpidas también existen, mamá. Nuestra pequeña Pauline es la prueba viviente de ello. —Las dos se rieron mucho cuando Vera se burló de su hermana pequeña diciendo lo que dijo.
—Tienes razón, no todas las lechuzas pueden ser sabias —asintió Agatha. —¡Menos mal que no es mi caso!
La pobre lechuza se echó a llorar y se acurrucó en un rincón, tapándose la cara con un ala mientras sollozaba.
—No importa, hijita —le dijo suavemente su madre. —Aunque no seas muy lista y saques malas notas, te quiero tanto como a tus hermanas. Pero podrÃas esforzarte al menos un poco más.
Cuando Pauline se iba al colegio al dÃa siguiente, sus compañeros salieron de detrás de una esquina y empezaron a burlarse de ella:…