Érase una vez un perro llamado Hércules. Vivía en una casa que estaba muy cerca de la selva. Un día se dio cuenta de que nunca había ido a la selva, a pesar de vivir tan cerca. Claro que había escuchado una o dos cosas interesantes y curiosas sobre ella, pero nunca se había atrevido a ir solo. Así que un día decidió que era momento de ir y ver por él mismo cómo era la selva y lo que había adentro.
Hércules no tenía idea de qué animales vivían en la selva ni por qué debía tenerles miedo si no los conocía. Él era considerado un gran cazador en su casa. Era rápido y fuerte, y podía ocuparse de todo tipo de cosas. No podía haber ninguna amenaza para él en la selva. De hecho, pensó que lo respetarían y, que posiblemente, le temerían.
Fue una mañana cuando Hércules decidió explorar la selva. Corrió hacia ella sin miedo y muy rápido llegó a la entrada. Cuando entró, caminó con valentía, viendo con curiosidad todo lo que había a su alrededor y admirando la belleza de la naturaleza. Todo era muy verde y abundante, el pasto era tan alto que podía medir más que el oso más grande del mundo. De vez en cuando escuchaba un susurro y recordaba que no estaba solo, pero seguía sin tener miedo.
Al poco rato, apareció un león con una abundante melena a solo unos pasos de él. El gran felino caminaba lentamente por el pasto sin mirar alrededor. Hércules nunca había visto ni escuchado sobre un animal como ese.
Aunque el león era enorme, Hércules no tenía ni un poco de miedo.
— Podría cazarlo y comerlo en la cena —pensó. Había cazado muchos animales en casa, y ni siquiera los…