«¿De dónde salió este huevo?». La abuelita María lo encontró una tarde detrás de la valla de la granja. Era pequeño y grisáceo.
«Tiene que haberse caído de un nido», pensó la abuelita, pero, aunque buscó por todas partes, no encontró ningún nido. Al final, decidió llevarse a casa el huevo y cuidarlo ella. Lo envolvió en uno de sus abrigos de lana y se fue a la cama.
Cuando se despertó, vio que una criatura parecida a un pajarillo había salido del cascarón y correteaba por la habitación. Era negra y unas pequeñas garras sobresalían por debajo de sus alas blancas y negras y, en la cabeza, tenía una cresta roja. Meneaba su larga cola, similar a la de un castor, y ¡tenía el pico lleno de dientes!
Cuando María le vio los dientes, se asustó un poco. Los pájaros no tenían dientes. ¿Era un demonio? Pero entonces se dio cuenta de que la criaturilla tenía mucho miedo, corría de un lado a otro desesperadamente y piaba, asustada. No tardó en dejar atrás sus reparos y tomó a la criatura entre las manos. Ella entendía perfectamente el idioma de los animales porque era una mezcla entre hada y bruja.
—Hola, extraña cosita. ¿Qué eres? ¿Un pájaro u otra cosa?
—No lo sé —respondió la criatura dócilmente.
—No te preocupes. Te voy a llamar Fernando.
Y así fue cómo se hicieron amigos.
María le enseñó a Fernando la granja y, cuando ya no tuvo miedo, le dejó andar él solo por el jardín.
El sol brillaba en el cielo, la hierba olía muy bien y Fernando se sentía increíble. Se sentía como en casa. Hasta que se encontró con la cabra Rosa, que se llevó un susto tan grande que empezó a dar…