Érase una vez, un gran dios llamado Obatala que intentaba decidir quién debía ser el nuevo gobernante del mundo. El dios tenía en mente a su ayudante Orula, pero no estaba seguro de si Orula estaba a la altura del desafío. El ayudante aún era joven, carecía de experiencia y quizás era un poco imprudente. Al final, el dios decidió poner a prueba la sabiduría y la preparación de Orula pidiendo que se presentara ante él y cocinara el mejor plato de comida del mundo entero.
El joven Orula fue al mercado y examinó atentamente lo que ofrecían los comerciantes. Había muchos curiosos manjares con los que preparar sabrosos platos e ingredientes tan excepcionales como sesos de cabra, trufa negra y pez globo. Sin embargo, a él no le gustaron ninguna de las opciones, así que se marchó con tan solo una lengua de vaca gris y chiclosa.
Tras llegar a casa, Orula cocinó la lengua con patatas y zanahorias y añadió una sabrosa salsa de cilantro. Llevó el plato caliente a Obatala, quien se lo comió rapidísimo, mojando la salsa restante con un trozo de pan. El dios lo disfrutó muchísimo, pero había algo que aún le preocupaba.
— ¿Por qué elegiste de entre todas las cosas una lengua de vaca, cuando tenías otras opciones mucho más exóticas? —preguntó a Orula.
— Oh, gran Obatala. Elegí la lengua porque es muy poderosa. Nos permite alabar las buenas acciones, anunciar las noticias más felices y guiar a la gente por el buen camino. Una lengua puede generar confianza y traer prosperidad a todo un país con lo que se puede decir con ella. — Inclinó modestamente la cabeza, mientras los demás ayudantes aplaudían sus palabras.
— Todo lo que dices es cierto —dijo Obatala, pensando…