Cada noche la luna aparece en el cielo. Flota entre las estrellas con orgullo, mostrando su belleza siempre cambiante. Le encanta saber que la gente la mira con admiración.
¿Cómo cambia? En primer lugar, muestra una pequeña franja, que llamamos creciente. Parece una astilla de uña. Luego muestra la mitad de su cara, que parece la letra “D” en mayúscula. Y cuando aparece entera, iluminando la noche, es cuando más llama la atención. Es lo que llamamos luna llena. Finalmente, después de eso, vuelve a esconderse lentamente. Cuando está menguante, se parece a la letra C. Nunca tiene el mismo aspecto dos días seguidos. Y algunas noches, se toma toda una noche libre y no aparece. Lo llamamos noche sin luna.
Todas las noches, cuando cantan los grillos y todo el mundo duerme profundamente, roncando suavemente, ella piensa en cómo puede tener un aspecto aún mejor, más magnífico.
Le pidió a su madre que le hiciera un traje precioso y brillante para ponérselo una noche delante de todos. Piensa en una larga capa naranja que cubra el cielo o un bonito sombrero brillante que la haga brillar aún más.
Su madre suspira tristemente cada vez que se lo pide. Sacude la cabeza, pensando en la vanidad de su hija y en sus locos pensamientos. Intenta que la luna desista de su tonta fantasía: —No puedo hacer eso por ti, niña. Simplemente no funcionaría.
—¿Por qué no? —dijo molesta. —¿Por qué no puedes darme un nuevo aspecto? Estoy harta. Llevo siglos con el mismo estilo. Seguro que ya no le importo a nadie —se quejó la Luna. Su madre siempre negaba con la cabeza. Pero ella seguía pidiendo ropa nueva.
Como consideraba que su ropa nueva era lo más importante del mundo, no podía pensar en otra…