El rey inca se regocijó mucho cuando nació su hija, la princesa Uru. Le dio a su niña todo su amor y deseaba heredarle el trono para que se convirtiera en una reina justa y honorable. QuerÃa hacer todo por brindarle la mejor educación posible. AsÃ, hizo venir a los eruditos y consejeros más respetados para que le ayudaran a criar a la reina más noble y perfecta.
Pero la princesa Uru no tenÃa ningún interés en su nuevo cargo o en ser lo que todos esperaban que fuera. Era arrogante y egoÃsta y se negaba a estudiar. Incluso su maestro ya no sabÃa qué hacer con ella.
Lamentablemente, muy pronto el padre de la niña, el gobernante de los incas, falleció. El reino entero se lamentó, pero al mismo tiempo dio la bienvenida a su nueva reina, la princesa Uru. Sin embargo, a ella no le gustaba nada su nuevo cargo, porque todos esperaban que se comportara de forma educada y responsable.
Se aburrió de gobernar después de apenas una semana. —¡Gobernar no es para mÃ! Yo solamente quiero divertirme en fiestas, viajar por el mundo, usar ropa elegante y disfrutar de manjares. Encuentren a otra persona para que haga el trabajo —les espetó a sus asesores una mañana.
—Pero, su majestad, me temo que eso no es posible. Su pueblo la necesita. Necesitan que usted sea su faro de justicia y estabilidad —explicaron los asesores. Pero con esto solo empeoraron las cosas. De pronto, la reina sacó un largo látigo y lo hizo restallar sobre su cabeza. —¡Todos de rodillas, ahora mismo! —gritó furiosamente.
Los consejeros sabÃan muy bien lo que estaba por venir: un doloroso latigazo como castigo por atreverse a responderle a la reina. Pero ninguno de ellos tuvo el…