Érase una vez un pequeño pueblo en el que vivían un matrimonio pobre y sus tres hijos. Los dos mayores eran listos y astutos, pero bastante vagos. El más joven, llamado Jack, no era el más inteligente de los muchachos, pero era muy amable y tenía un corazón de oro.
Sin embargo, nadie le prestaba mucha atención y todos lo consideraban inferior, ya que no era tan listo ni tan astuto como sus dos hermanos mayores.
Una buena mañana, el padre llamó a sus hijos y les dijo:
— Hijos míos, ya se han convertido en hombres de verdad. Como bien saben, no somos precisamente la familia más rica... ya saben cómo nos las arreglamos para sobrevivir. Lo mejor para todos ustedes sería salir al mundo y buscar un poco de suerte. Quién sabe, ¡quizás encuentren una buena mujer con la que compartir la vida!
A la mañana siguiente, los tres partieron a recorrer el mundo. Vagaron juntos sin rumbo durante bastante tiempo. Ninguno sabía adónde ir hasta que llegaron a una encrucijada de tres caminos. Se detuvieron un momento, conversando y considerando qué camino tomar.
Los hermanos mayores sugirieron separarse y tomar cada uno un camino diferente.
El mayor eligió para sí mismo el camino más ancho y transitado; y eligió el segundo camino más grande para el hermano del medio. Al menor, Jack, le dijeron que tomara el camino más estrecho que se adentraba en el bosque.
El hermano menor accedió y empezó a abrirse paso entre la alta hierba que cubría el sendero. Era casi tan alta como él y utilizó un viejo látigo para abrirse camino más fácilmente. Avanzó con dificultad por el espeso y oscuro bosque entre matorrales. Sus brazos y sus piernas se llenaron de arañazos por las ramas afiladas, hasta que…