Hace miles de años, el Sol y la Luna decidieron vivir juntos. Se llevaban muy bien, así que construyeron una casa grande y espaciosa para vivir felices.
Un día, el Sol le dijo a la Luna:
— Deberíamos decirle a nuestro buen amigo el Océano que venga de visita. ¿Qué te parece? — La Luna aceptó encantada, ya que siempre le había caído bien el Océano.
Y así, unos días después, el Sol se dirigió al Océano para invitarlo a su casa.
— Es muy amable de su parte, pero me preocupa ser demasiado grande para caber en su casa —rugió el Océano.
El Sol era consciente de la increíble inmensidad de su amigo. Pero, como buen anfitrión que era, aseguró al Océano que había sitio de sobra en su hogar y que se sentiría como en casa. Finalmente, el Océano accedió a hacerle una visita.
Al día siguiente, el Océano llamó tímidamente a la puerta de Sol y Luna. El Océano se quedó fuera, dudando aún de si cabría, a pesar de que la casa era realmente enorme. El Sol abrió la puerta de par en par y el Océano empezó a entrar lentamente. La casa se llenaba rápidamente de agua, pero el Sol y la Luna seguían animando al Océano para que no se quedara en la puerta. Aunque la casa era espaciosa, el agua llegaba hasta las ventanas. El Océano se avergonzaba de su tamaño y de su torpeza, así que no quería ir más allá. Pero los anfitriones no dejaban de asegurarle que no había ningún problema.
— No podemos tenerte parado fuera cuando has viajado hasta aquí por nosotros —dijo el Sol, tratando de animarlo.
Así que el Océano volvió a ponerse en marcha y el agua empezó a subir…