Era temprano por la mañana, los pájaros aún tenían sueño y apenas habían comenzado a trinar. En cuanto a los gallos, bueno, estaban profundamente dormidos, como si todavía fuera medianoche. Pero Rudy ya se paseaba incansablemente por las calles. Hacía un ruido de traqueteo y también estaba bastante polvoriento, pero esto no era sorprendente, porque Rudy es un camión de basura. O mejor dicho, es un pequeño camión de basura. Sus padres, los camiones de basura grandes, estaban a cargo de todo el pueblo y a Rudy le gustaba mucho ayudarlos. Los contenedores de los camiones de sus padres se cargaban con basura de los basureros grandes y la carga de Rudy procedía de los basureros pequeños. Se lo estaba pasando muy bien. El motor de Rudy giraba alegremente en su barriga mientras vaciaban un basurero tras otro en su contenedor. Mientras tanto, los niños saludaban con entusiasmo desde las ventanas de las casas.
Cuando terminó su ronda matutina, Rudy se dirigió al vertedero con su contenedor lleno de basura. Casi había llegado a la entrada principal cuando escuchó hablar al cuidador y a su papá.
—Entonces, ¿vienen camiones especiales? —preguntó papá.
—Sí, y recogerán los artículos de plástico y de papel por separado —dijo el cuidador.
El corazón de Rudy dio un vuelco. ¿Camiones especiales? ¿Plástico y papel por separado? ¿Qué es eso, plástico y papel? Desconcertado, volcó la carga de su contenedor en la pila designada y se dirigió hacia casa, al garaje.
Tan pronto como su mamá y su papá se reunieron con él en casa, Rudy comenzó a hacer preguntas.
—Papá, mamá, ¿de qué camiones especiales estaba hablando el Sr. Pérez? ¿Ya no vamos a llevar la basura? ¡Me gusta tanto llevarla!
Sus padres estaban muy cansados. Después de todo, habían conducido por toda la ciudad ese día. Ya no tenían energía para hablar. —No tienes que preocuparte, Rudy, no pasa nada —murmuró papá, mientras sus párpados se cerraban. —Muy pronto, sus fuertes ronquidos resonaron en el garaje.
Sus papás estaban dormidos, pero Rudy no pudo pegar ojo. Solamente podía pensar en esos camiones especiales y ese misterioso plástico y papel.
Al día siguiente, Rudy se despertó cansado y malhumorado. Al salir del garaje, en lugar de saludar, solamente murmuró algo, irritado. Luego se fue a hacer su ronda habitual.
—Pero, ¿qué es esto que veo? —se preguntó. —Había basureros nuevos y coloridos en cada esquina en las calles. Azules, amarillos, verdes...
Y de repente se dio cuenta de algo: un camión de basura nuevo le hacía señales con las luces. Tenía un cartel enorme en el costado que Rudy deletreó en voz alta: “P-A-P-E-L”.
Rudy ni siquiera saludó, simplemente aceleró. Dos vueltas más adelante, otro camión de basura le tocó la bocina de manera amistosa. Este camión tenía un gran cartel con la palabra PLÁSTICO. Rudy se estaba preocupando. No esperaba que esos camiones especiales estuvieran aquí tan rápido. O los nuevos basureros... ¿Y si ya nadie usaba los viejos basureros? ¿Qué iba a pasar si la gente del pueblo dejaba de quererlo? ¿Simplemente saludarían a los nuevos camiones a partir de ahora? ¿Qué pasaría después?
Fue entonces cuando se le ocurrió una idea.
—¡Les mostraré cuánto me necesitan! —anunció, mientras vitoreaba y aceleraba hacia el basurero más cercano. Y luego hacia el siguiente. Y el siguiente. ¿Qué era exactamente esta ingeniosa idea que se le había ocurrido? ¡Pues el querido pequeño Rudy estaba vaciando rápidamente un basurero tras otro! «Así la gente se dará cuenta de que no pueden prescindir de mí», pensó. Por pura travesura, incluso conducía por la acera de vez en cuando, haciendo que la gente se apartara del camino.
Pronto su mamá y su papá llegaron conduciendo. —¿Qué está causando todo el caos aquí? —preguntó mamá. —Estaba asustada. Luego vieron a su hijo que iba acelerando por las calles e inmediatamente se dirigieron hacia él.
—Rudy, ¿qué estás haciendo? —gritó papá desde la distancia. —Pero Rudy no prestó atención y siguió adelante. Solamente cuando sus padres se cruzaron en su camino se detuvo, con un fuerte chirrido de los frenos.
—¡Déjenme ir! —gruñó a través de su motor.
—¡Así no, jovencito! —Papá no pudo contenerse más y se enojó—. ¡Ve a casa de una vez!
Pero Rudy estaba harto de todo esto. Tenía miedo de no gustarle ya a nadie y sin embargo, deseaba demostrarles a todos que podía resolver todo por su cuenta. Estaba enojado con su papá y su mamá, enojado con los nuevos camiones especiales, enojado con las personas que no lo saludaron hoy, enojado con el mundo entero. Estaba tan enojado por todo que ni siquiera podía decirlo en voz alta. Así que trató de pasar alrededor de sus padres y seguir por el camino. Pero afortunadamente, su papá y su mamá ya se habían dado cuenta de que algo le estaba molestando mucho a Rudy.
—Rudy, ¿qué pasa? ¿Tienes miedo de algo? —Mamá se acercó un poco más a él, lentamente. Papá se unió a ella; de pronto se dio cuenta de cuál podría ser la razón oculta del enojo de Rudy.
—Rudy, te sorprendieron los nuevos basureros y los nuevos camiones, ¿verdad? Estaba tan cansado ayer que no pude contarte más sobre ellos... No te enfades conmigo. ¿Sabes una cosa? Vayamos todos juntos a casa al garaje y hablemos de ello. ¿Qué te parece?
Rudy seguía enojado. No podía simplemente dejar de sentir lo que sentía. Y tampoco quería ceder tan fácilmente. Entonces, finalmente, comenzó a conducir lentamente hacia casa. Por el camino, una agradable brisa refrescó su cofre caliente. Su papá y su mamá lo acompañaron en silencio y de vez en cuando le acariciaban suavemente los espejos laterales. Todo el enojo se iba drenando lentamente de él. Cuando llegaron al garaje, estacionó junto a sus papás como de costumbre.
—Estos nuevos camiones especiales —comenzó a explicar papá— no están aquí para quitarnos nuestro trabajo. Están aquí para que la gente del pueblo pueda clasificar sus diferentes tipos de residuos. El plástico, el papel y otros materiales se pueden reciclar y convertir en algo útil, por lo que es mejor si se recolectan por separado. Sabes, la reutilización de materiales ayuda mucho a la naturaleza y le ahorra dinero a la gente. Como siempre, nosotros recogeremos los residuos que ya no se puedan clasificar y reciclar. Lo único que cambiará para nosotros es que habrá un poco menos. Pero tendremos nuevos amigos.
—¿Por qué no vamos a conocerlos? —sugirió mamá.
Rudy se sentía mucho mejor ahora. La ira y la rabia que no había podido alejar de su cabeza antes se habían desvanecido. Además, tenía mucha curiosidad por los nuevos camiones.
—Está bien —dijo en voz baja.
Y cuando descubrió que sus nuevos amigos vivían en el garaje de al lado y eran muy divertidos, su buen humor volvió por completo. Ahora tenía algunos amigos más y los niños lo saludaban mientras retiraba la basura, igual que como solían hacerlo antes. De hecho, los niños saludaban a todos los camiones porque les gustaban todos por igual.
Es más, Rudy descubrió que aunque se sintiera asustado, triste o de mal humor, el sentimiento era manejable. A veces un paseo por la ciudad le bastaba en esos momentos, otras veces se daba un respiro y se iba a descansar a su lugar en el garaje. O bien arrojaba toda esa ira al vertedero junto con el resto de la basura. Pero siempre sabía que sus padres estarían encantados de hablar con él sobre las cosas que le molestaban y que juntos encontrarían la manera de hacer que volviera a estar de buen humor.