Érase una vez un huevo. Se aburría mucho en casa, así que un día decidió que lo mejor sería salir y explorar el mundo. Así que se fue de expedición.
El huevo iba caminando tranquilamente cuando de pronto vio un caballo tras una cerca. El caballo relinchó.
—¿Adónde vas, huevo? —preguntó el caballo.
—Voy a conocer el mundo —respondió el huevo orgullosamente.
—¿Sabes qué? Ya conozco todo lo que hay alrededor de este corral. Te acompaño —dijo el caballo.
Y continuaron el camino juntos. Al rato se encontraron con un buey pastando en un prado. El buey mugió y pateó tan fuerte que tembló el suelo.
—¿Adónde vais? —les preguntó el buey.
—Vamos a conocer el mundo —respondió el huevo por los dos.
—Voy con vosotros. Mis pezuñas ya conocen toda la tierra de este prado —dijo el buey y a partir de ahí se convirtieron en un trío.
Cuando los tres trotamundos pasaban junto a una vieja cabaña, vieron a un gato que se calentaba al sol en el tejado y maullaba perezosamente.
—¿Adónde vais vosotros tres? —preguntó el gato curioso.
—Vamos a conocer el mundo —respondió de nuevo el huevo.
—Me aburro ya en este tejado. Os acompaño —dijo el gato y los cuatro se pusieron en marcha.
Siguieron caminando hasta que llegaron a un riachuelo. Al pasar junto a él, vieron un cangrejo de río. Se acercaron y en cuanto el cangrejo los vio, chasqueó las pinzas en señal de advertencia.
—¿Adónde vais tantos? —refunfuñó el cangrejo de río.
—Vamos a conocer el mundo —respondió el huevo por cuarta vez.
—No conozco otro sitio que no sea este riachuelo, así que voy con vosotros —dijo el cangrejo de río y de cuatro, pasaron a cinco que caminaban juntos.
No…