Un día, un joven llamado Jack decidió ir en busca de fortuna. Metió algo de comida en su talega y partió hacia el ancho mundo.
Al poco tiempo de iniciar su camino se encontró con un gato. Y el gato le preguntó: —¿Adónde vas, Jack?
—Voy a buscar fortuna. Ven conmigo, lo vamos a pasar bien juntos —le sugirió.
El gato aceptó, y así se fueron los dos.
Pronto se encontraron con un perro. Y el perro les preguntó: —¿Adónde vais?
—Vamos a buscar fortuna. ¿Vienes con nosotros? Juntos lo vamos a pasar todavía mejor —le sugirieron.
El perro se unió a ellos, y ya continuaron los tres en el camino.
Más adelante se cruzaron con una cabra. —¿Adónde vais vosotros tres? —preguntó la cabra, toda curiosa.
—Vamos a buscar fortuna. ¿Nos quieres acompañar? —preguntaron Jack, el gato y el perro.
La cabra aceptó, y así, ya eran cuatro caminando juntos.
Un poco más adelante se toparon con un toro. Este también se les unió sin dudarlo y siguieron ya los cinco juntos.
Al final del sendero vieron un gallo. Le dijeron que iban a buscar fortuna y también le invitaron a unirse a la cuadrilla. El gallo se alegró y se unió a ellos, pues no tenía nada mejor o más interesante que hacer en ese momento. La búsqueda de fortuna, por tanto, le pareció una excelente idea.
Poco a poco se iba oscureciendo el cielo, hacía tiempo que el sol se había puesto. Estaban empezando a pensar en dónde podrían pasar la noche, cuando, de repente, una especie de casa apareció frente a ellos.
—¡A callar todos! Voy a averiguar lo que se cuece ahí dentro —dijo Jack a los compañeros, que permanecieron quietos en su sitio.
Jack se acercó cautelosamente…