Dédalo, natural de Atenas, era el mejor artista y el artesano más habilidoso de toda la Antigua Grecia. Por todo el imperio, había preciosas estatuas suyas que había tallado a golpe de cincel, esculpidas suavemente en la piedra. Todo el territorio admiraba su obra, pero la destreza no lo es todo y, aunque tenía mucho talento, también era celoso. No podía tolerar que consideraran a otra persona mejor artista que él.
Dédalo tenía un aprendiz de nombre Talos y no tardó en descubrir que tenía mucho talento, incluso más que él, el maestro artesano. Talos no solo esculpía hermosas obras de arte, sino que también inventó varias herramientas que mejoraban aún más la calidad de su artesanía. Pero lo que realmente volvía loco de celos a Dédalo era que su aprendiz no necesitara la ayuda de su maestro y que comenzara a obtener fama y a recibir alabanzas de toda Atenas.
Dédalo temía que el prestigio de su discípulo eclipsara el suyo propio, así que, un día, cegado por la rabia y la envidia, se acercó sigilosamente a Talos por la espalda, que estaba observando aves desde una torre, y lo empujó al vacío. Sin embargo, la guardia de la ciudad lo sorprendió con las manos en la masa y Dédalo fue apresado al momento. Por suerte, tenía el favor de algunas de las personas pudientes de Atenas, por lo que no pasó mucho tiempo en la cárcel. Consiguió escapar a la isla de Creta con la ayuda de sus benefactores, donde se ganó la simpatía del rey Minos. Allí continuó desarrollando su arte durante muchos años y volvió a disfrutar de la fama y la admiración de los lugareños. Seguía siendo el mejor artista del país y tallaba unas estatuas magníficas; de hecho, eran las únicas…