Era fin de semana y Charlotte fue de viaje a las montañas con sus papás. Los tres iban caminando por un sendero marcado con señales azules. El viaje transcurría tranquilo y sin problemas. Como de costumbre, Charlotte iba por delante corriendo, mientras su papá la iba guiando por el camino correcto y su madre les iba contando sobre las diferentes flores y follaje que había en el camino.
—Charlotte, ¿sabías que todas las plantas verdes producen oxígeno que los humanos necesitamos para respirar? —preguntó su madre, y continuó—. A su vez, las plantas necesitan del dióxido de carbono que los humanos exhalamos con cada respiración. Por lo tanto, las plantas son muy importantes para nosotros, sin ellas no habría vida en este planeta.
A medida que avanzaban por el sendero, el paisaje iba cambiando. Ya no había árboles y las hojas verdes se iban reemplazando por musgo espeso. Además, el camino se volvió cada vez más rocoso. Charlotte todavía iba delante de sus papás, pero a medida que avanzaban el camino se volvió más empinado y le costaba más y más trabajo ir adelante. Cada vez les costaba más y más trabajo respirar.
Cuando llegaron a la cima, Charlotte se llenó de alegría. No solo había terminado la larga subida, sino que la vista era muy hermosa. Podían ver la ciudad y las colinas que estaban más allá. El viento fresco silbaba en sus oídos, mientras bajaban por la estrecha y rocosa ladera. Charlotte cantaba y saltaba alegremente junto a su madre, y no iba prestando mucha atención a dónde pisaba. De repente, tropezó con una gran roca dentada.
Su mamá se agachó y le dio un abrazo, mientras su papá inspeccionaba su rodilla.
—Parece que te rasguñaste, Charlotte. Te golpeaste con fuerza en…