Charlotte y su padre fueron de visita al huerto a las afueras de la ciudad. Su padre calculó que por estas fechas las cerezas ya habrían comenzado a madurar. A Charlotte le encantaban las cerezas y las recién cosechadas siempre sabían mejor. Eran frescas, brillantes y jugosas. ¡Delicioso!
Cuando llegaron al huerto, inmediatamente notaron que los árboles estaban llenos de cerezas maduras, su padre tenía razón. Las ramas de los cerezos estaban tan llenas de deliciosas cerezas que podían notar cómo se doblaban por el peso de los deliciosos frutos rojos.
Se dirigieron al árbol más cercano y comenzaron con la cosecha. Charlotte recogió las cerezas de las ramas más bajas. Después de probar dos de las más dulces que había comido en su vida, mordió una tercera, hizo una mueca y la escupió al instante.
—¡Qué asco! Esa cereza estaba super agria. —gritó.
—Ten cuidado. Elige solo las cerezas de color rojo más oscuro. Las demás tienen que madurar un poco más antes de estar listas —explicó su padre.
Habían traído consigo una escalera así que, bajo la supervisión de su padre, Charlotte pudo subir un poco más arriba del árbol, hasta donde las cerezas estaban más maduras y dulces y comenzó a llenar su canasta. La madre de Charlotte quería hornear un pastel de cerezas, así que tenía que asegurarse de llevar las suficientes. Cuando terminó de llenar la canasta, llegó el momento de volver a casa.
A Charlotte siempre le alegra ayudar y más si se trata de repostería. Mientras su madre prepara y pesa los ingredientes, Charlotte se encarga de deshuesar las cerezas.
—¡Esta de aquí tiene un gusano! —gritó Charlotte mientras tiraba la cereza a la basura. Tomó otra para deshuesar y se dio cuenta de que también…