Era casi primavera, y poco a poco, las ramas de los árboles comenzaron a revelar capullos, que pronto se convertirían en hermosas flores con hojas verdes y brillantes. Charlotte y su madre salieron a dar un paseo. La niña observaba feliz lo que la rodeaba, sin olvidarse de saltar en cada charco con ambos pies.
Charlotte y su madre caminaron por todo el parque antes de regresar a casa. Fue entonces cuando su madre se fijó en los ojos de Charlotte: estaban vidriosos y rojos, y su entusiasmo y energía habían desaparecido por completo.
Una vez en casa, Charlotte se quitó la chaqueta, se lavó las manos y dijo:
—Estoy un poco cansada, me duele la cabeza. Voy a acostarme un rato.
Preocupada, su madre le dio una palmada en el hombro y se dio cuenta de que Charlotte sentía calor. Mientras se metía en la cama, su madre entró en su habitación con termómetro en mano.
—Oh, mi amor. Tienes fiebre. Según el termómetro, superó los 39 grados. Te conseguiré medicamento y luego podrás tomar una larga siesta.
Charlotte tenía un sueño inquieto y, cuando despertó, tenía comezón en el estómago. Al principio quería rascarse, pero cuando se tocó la barriga, descubrió un montón de pequeños granos. Se sentó y se frotó los ojos. Su vientre, piernas y brazos estaban cubiertos de los mismos pequeños granos rojos y le daba mucha comezón
Para entonces, su madre ya había entrado a la habitación.
—Charlotte, tienes algún tipo de sarpullido, tendremos que ir a ver al médico —llamó por teléfono a la clínica para concertar una cita. De esa manera, Charlotte no podría infectar a más personas por estar en la sala de espera. Luego fueron de camino al doctor.
La doctora fue…