La humanidad había existido en la tierra durante apenas cinco generaciones antes de que el todopoderoso gobernante de los cielos, el mismo Zeus, comenzara a escuchar rumores sobre su legendaria crueldad. Los reyes asesinaban o esclavizaban a sus súbditos hasta que morían exhaustos. Si, Dios no lo quisiera, alguien violaba las estrictas leyes, terminaban en una arena donde luchaban por su vida de forma despiadada en batallas contra tigres hambrientos. Los gobernantes competían para ver quién era más cruel. La violencia y los asesinatos eran tan espantosos que Zeus al principio no podía creer lo que oía. Para descubrir la verdad por sí mismo, decidió tomar forma humana y errar por la Tierra. Y así, como un ermitaño, emprendió su viaje. Lamentablemente, los rumores ni siquiera se acercaban a los horrores que presenció.
Su visita al palacio del rey Licaón fue la gota que colmó el vaso. Zeus no podía soportar ver tanta crueldad, por lo que decidió revelar su divinidad e intervenir. Cuando lo hizo, todos se pusieron de rodillas, pero el rey Licaón simplemente se rio de él.
—Veremos si realmente eres el dios o un simple mortal —dijo el rey con desdén, planeando ponerle una prueba al dios que tenía enfrente.
El rey Licaón mandó matar a un sirviente y sirvió su carne a Zeus para cenar. El dios inmediatamente se dio cuenta del terrible acto del rey y, enfurecido, comenzó a lanzar rayos, devastando y destruyendo todo, hasta que redujo todo el palacio a cenizas. Licaón, asustado, corrió hacia el campo para escapar de la furia del dios, pero Zeus inmediatamente lo convirtió en un lobo.
Cuando Zeus regresó al Monte Olimpo, decepcionado y entristecido, quiso borrar de inmediato a toda la raza humana de la faz de la Tierra. Sin embargo, le preocupaba…