Un dÃa, los niños de un colegio fueron a visitar la biblioteca. Los niños charlaban por el camino; cada par parloteaba de sus cosas, sin escucharse los unos a los otros... Y asÃ, el bullicioso grupo de pequeños avanzó lenta pero seguramente hacia la biblioteca municipal.
Nada a su alrededor interesaba a los niños, ya que habÃan caminado por aquà miles de veces. VeÃan el mismo césped y los mismos árboles.
Sin embargo, al llegar a la biblioteca, todo cambió. Justo en la puerta de la majestuosa biblioteca, los bibliotecarios les hicieron callar.
—¡Silencio, niños! —dijo su maestra, indicando que callaran con un dedo en los labios.
Los niños finalmente callaron, aunque de mala gana. Primero, los bibliotecarios les explicaron cómo funciona todo en la biblioteca. Después, los niños podrÃan ir a ver los libros por sà mismos y si un libro les llamara la atención, podrÃan tomarlo prestado y llevarlo a casa. Todos estaban entusiasmados, menos el pequeño Manuel.
—No te gustan los libros, ¿verdad? —le preguntó una bibliotecaria al ver que el niño parecÃa un poco perdido.
—No me gustan las letras —dijo Manuel en voz baja, con la cabeza agachada.
Incluso en el colegio trataba de evitar las letras, pues bailaban y giraban constantemente frente a sus ojos. No habÃa manera de que pudiera entenderlas y leerlas bien. Sus compañeros siempre se burlaban de él por eso.
—Entonces busquemos algunos libros ilustrados. Quizás encuentres algo interesante.
La bibliotecaria tomó a Manuel de la mano y lo llevó a la estanterÃa de libros ilustrados.
Aunque Manuel fingió que buscaba algo, en realidad deseaba haberse ido de allà hacÃa tiempo. Mientras pasaba el rato entre los libros, de repente su codo golpeó un libro que sobresalÃa de la estanterÃa. El libro cayó justo enfrente de…