¿Te acuerdas del rey Midas? ¿Aquel cuyas manos convertÃan en oro todo lo que tocaba? Ese mismo. Con el tiempo, se dio cuenta de que tener unas manos que lo convertÃan todo en oro no era algo tan brillante y empezó a pensar que la riqueza era un poco inútil.
Antes, ni siquiera habrÃa soñado con salir sin su corona de oro en la cabeza o sus elegantes ropajes. Después de todo, todo el mundo podrÃa pensar que era un hombre corriente, ¡y él no querÃa eso! Pero ahora, a menudo se quitaba la corona y la túnica y salÃa al bosque con un atuendo sencillo y cómodo. Le gustaba pasear entre los árboles, escuchando el canto de los pájaros y observando la belleza que lo rodeaba.
— ¡El campo es tan hermoso y poderoso! Nada se le puede comparar, ni siquiera el oro o las piedras preciosas —se dijo a sà mismo.
Un dÃa, el rey se alejó más de lo habitual. Caminó por todo el bosque oscuro, subió a una colina en la parte más alejada y, en lo alto de la colina, se encontró con Apolo, el dios del sol, quien competÃa cantando contra Pan, el dios pastor.
Midas se sentó a cierta distancia y escuchó las canciones de ambos dioses. Cuando terminaron, su árbitro, que también habÃa escuchado atentamente cada nota, declaró vencedor a Apolo. Puso una corona de laurel sobre la cabeza de Apolo y se inclinó ante él.
El rey Midas no podÃa creer lo que oÃa.
— ¡Pero Pan cantó mucho mejor! El árbitro es parcial —soltó sin pensar mientras se ponÃa en pie de un salto.
El árbitro, que acababa de darse cuenta de que estaba allÃ, le preguntó:
— ¿Y quién eres tú para juzgar…