Érase una vez un reino gobernado por un rey viejo y cascarrabias. Un dÃa, llegó un mensajero del extranjero y se acercó a donde el rey estaba sentado, pero no dijo nada. Simplemente inspeccionó en silencio el trono, sacó de su bolsillo una tiza blanca y dibujó un cÃrculo a su alrededor.
Todo era muy desconcertante y extraño, y el rey no entendÃa nada.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —preguntó el rey, indignado.
Pero el mensajero no respondió, sino que se quedó de pie, mirando el trono, en completo silencio.
Al rey no le gustó su comportamiento e incluso le asustó un poco. Mandó llamar a sus consejeros de mayor confianza para que le dijeran qué significado podÃa tener el cÃrculo que habÃa dibujado el mensajero alrededor del trono, pero ninguno supo decÃrselo. Entonces el rey se enfadó de verdad y su rostro se tornó rojo de rabia.
—Si no sabéis lo que es, ¡será mejor que busquéis a alguien que sà lo sepa! Si no me traéis a una persona que me explique esto, ¡os ejecutaré a todos! —les amenazó el rey, ¡y lo decÃa en serio!
Los consejeros se dispersaron y buscaron por todo el reino a alguien con gran sabidurÃa que pudiera explicar el significado del misterioso cÃrculo alrededor del trono. Llamaron a las puertas de todas las casas en las aldeas grandes y pequeñas, pero no encontraron a nadie que pudiera resolver el enigma.
Escalaron incluso montañas hasta que, un dÃa, encontraron una hermosa cabañita en medio de la nada, escondida entre las colinas.
Los consejeros llamaron a la puerta, pero nadie respondió. Tras pensarlo unos minutos, decidieron entrar, pero solo encontraron una habitación vacÃa. Lo único que habÃa en el interior era una cuna de roble que colgaba del…