Hace cientos de años, los cocodrilos estaban muy orgullosos de su piel. Y tenÃan razones para estarlo, pues era muy suave y fina y brillaba con reflejos dorados. A pesar de ello, no salÃan mucho a la superficie y se escondÃan bajo el agua para protegerse del calor abrasador. Pasaban el dÃa en el frÃo barro del fondo del lago y, cuando se ponÃa el sol, nadaban hasta la orilla y descansaban toda la noche sobre tierra seca, donde podÃan verse los rayos de luna reflejados en sus pieles doradas. Los demás animales nocturnos asistÃan al espectáculo y admiraban su belleza resplandeciente. Los primeros en llegar siempre eran los búhos, luego los murciélagos y, por último, los felinos.
Uno de los cocodrilos estaba tan orgulloso de atraer tanta atención que decidió exhibir su piel durante el dÃa. ¡Seguro que serÃa mucho más brillante con la luz del sol!
Entonces, emergió del lago en un dÃa muy caluroso y se acomodó en la orilla. Los otros animales se sorprendieron y se reunieron alrededor del reptil. Era cierto que la piel brillaba más a la luz del sol que de la luna y todos miraban al cocodrilo con admiración, pues nunca en sus vidas habÃan visto semejante fulgor.
Pero los dÃas pasaron y, poco a poco, la intensa luz del sol fue dañando la piel del cocodrilo. Se volvió muy seca, áspera y rugosa, perdió el color dorado y se tornó en un feo tono de marrón. Se veÃa como si llevara puesta una armadura oxidada. HabÃa perdido toda su belleza y esplendor y los animales empezaron a chismosear y a criticarlo. Ya no tenÃa nada que pudieran admirar. Aun asÃ, subÃa a la orilla todos los dÃas, pero ya nadie querÃa contemplar su cuerpo feo y…