Érase una vez una selva maravillosa, y en ella vivían unas cuantas familias de changuitos. Ellos pasaban días enteros trepando árboles y columpiándose en las ramas de las parras, pero la mayor parte del tiempo lo pasaban comiendo plátanos frescos y otras frutas.
Cada vez que uno de los changuitos encontraba un nuevo platanero lleno de racimos frescos y sabrosos de su fruta favorita, todos los demás se enteraban enseguida del descubrimiento gracias al fuerte grito de su amigo.
Un día, algunas personas empezaron a construir un templo de madera no muy lejos de la selva donde vivían los changuitos. Había muchos carpinteros, albañiles y otros hábiles artesanos que trabajaban todos los días desde la primera hora de la mañana.
A mediodía, siempre hacían un descanso y almorzaban juntos. Después de comer, volvían al trabajo y trabajaban y trabajaban hasta casi la mitad de la noche, repitiendo la misma rutina, día tras día, durante varias semanas.
Los ruidos de la construcción llegaron a la selva y los changuitos no tardaron en escucharlos. Como el mono es uno de los animales más curiosos del mundo, por supuesto quedaron muy ansiosos por ver de dónde venía todo aquel ruido y por qué.
No tardaron en armarse de valor y salir a explorar, saltando de rama en rama, hasta el local del futuro templo. Se subieron al árbol gigante más cercano y, desde lo alto, observaron a los hombres concentrados en su trabajo.
Los changuitas estaban más interesados en un par de carpinteros cercanos que luchaban con un tronco gigantesco. Llevaban tiempo intentando cortarlo, pero aún no habían conseguido partirlo en dos. Y entonces, de repente, todos dejaron de trabajar. Era la hora de comer y todos los trabajadores, incluidos los dos carpinteros, tuvieron que tomarse un descanso.
Rápidamente…