Cuento indonesio
El pozo de Kantchil
No creas en todo lo que te dicen, la realidad puede ser muy diferente. La changuita Kantchil se cae en un pozo e inventa una historia sobre el fin del mundo para que los demás animales le ayuden a salir.
Érase una vez, un hombre que tenía cuarenta hijos y una hija ciega. El hombre trabajaba duro de sol a sol para alimentar a sus hijos. Araba su tierra para que luego se convirtiera en grandes campos de centeno. En medio del campo crecía un joven manzano de ramas blancas. Debajo de él brotaba agua fresca de un pozo y ellos vivían cerca de allí.
En la habitación había cuarenta y dos camas. La hermana ciega las arreglaba todas las mañanas y encendía el fuego bajo el caldero, en el que preparaba la comida para todos. Luego ponía cuarenta y dos platos sobre la mesa junto a cuarenta y dos cucharas.
Se acercaba el otoño. Las hojas del manzano empezaban a ponerse amarillas y las primeras manzanas estaban maduras. El padre trabajaba todo el día. Alentaba al caballo para que fuera más rápido, cosechaba el centeno, lo llevaba al granero en una gran bolsa y ataba los arados a sus bueyes. Luego sembraba las semillas y sus hijos lo ayudaban. En tres días habían terminado de cultivar todo el campo.
Un día, el padre, cansado de tanto trabajar, llegó a casa sintiéndose enfermo. Su hija ciega le preparó un té de raíces silvestres, pero no le ayudó a mejorar. Cuando sintió que se acercaba su fin, llamó a sus hijos y les dijo: — ¡Queridos hijos! Estoy a punto de emprender un largo viaje del que no regresaré. Vengan, acérquense, quiero acariciarles el pelo por última vez.
Cuando todos sus hijos se habían despedido de él, se sentó por última vez y dijo: — Recuerden que el trigo de nuestro campo hace el mejor pan. Trabajen juntos y vivan como hermanos. No se peleen nunca. Tengo una cosa más que pedirles. Antes…