La madre de Miguel cerró la puerta principal y lo dejó solo en casa. Esto nunca le gustaba a Miguel. Sobre todo cuando no se sentÃa bien. TenÃa ganas de llorar. Afuera hacÃa un hermoso dÃa de invierno, pero él tenÃa que quedarse en casa porque tenÃa gripe. Lo que era aún peor, tampoco podÃa ir a su clase de patinaje. ¡Oh, cómo deseaba poder salir por lo menos por un rato!
Frustrado, Miguel se metió en la cama y observó por la ventana cómo afuera comenzaba a arremolinarse una tormenta de nieve. Los esponjosos copos de nieve danzaban afuera de la ventana, sumándose al manto blanco que poco a poco iba cubriendo los caminos.
De pronto, apareció una cara entre el remolino de copos. Miguel no lo podÃa creer, asà que se pellizcó con fuerza. Pero el rostro seguÃa allà e incluso sonrió.
El niño se armó de valor y dijo: —¿Qué eres?
La cara de nieve dijo: —Soy Frost. Te he estado observando un rato y veo lo triste que estás. Asà que vine a animarte. Normalmente trabajo de noche. Pero hoy haré una excepción contigo.
De entre los copos de nieve surgió un pincel en forma de carámbano. Asombrado, Miguel observó cómo el cristal de su ventana se llenaba de dibujos de flores de hielo.
—¿Te gustan? —preguntó Frost con curiosidad.
—¡Me encantan! —respondió Miguel, sonriendo.
—Entonces mira esto —dijo Frost, guiñándole un ojo al niño mientras iba hacia la siguiente ventana.
Puso el pincel a trabajar y sobre el cristal apareció un dibujo de hielo de un paisaje invernal.
Miguel estaba fascinado.
—¡Y eso no es todo! —exclamó Frost y sopló con fuerza sobre el tercer cristal vacÃo. ¡Y adivina qué! ¡Otro Miguel apareció frente a Miguel! El niño se reconoció de…