Cerca de la cordillera de los Andes, en el sur de Ecuador, hay una hermosa laguna en el Parque Nacional El Cajas. Antiguamente esta laguna probablemente no existÃa, porque los ancianos habitantes del lugar recuerdan que en su emplazamiento habÃa una gran hacienda que pertenecÃa a un rico terrateniente. TenÃa una casa enorme en el rancho y, por supuesto, una granja en la que trabajaban muchos campesinos.
Un dÃa caluroso, justo al mediodÃa, llegaron a la casa un anciano y una anciana. Llevaban mucho tiempo caminando y estaban muy cansados. Asà que, cuando vieron una casa tan grande y cuidada, ambos se pusieron muy contentos. Eran demasiado viejos y después de andar tanto, esperaban poder descansar y recuperar fuerzas en la hacienda.
Los miembros de la adinerada familia estaban almorzando cuando oyeron que alguien llamaba a la puerta. Los niños corrieron inmediatamente hacia la puerta curiosos para ver quién venÃa a visitarlos.
—Buenas tardes. Llevamos muchos dÃas de viaje, solo pedimos un poco de agua y un lecho para descansar —dijo humildemente el anciano en cuanto vio al señor de la casa.
Sin embargo, el dueño de la hacienda no estaba interesado en ayudar a nadie. Con una voz irritada, ordenó a la criada que los echara inmediatamente de su propiedad. Los niños miraron con altanerÃa a los harapientos peregrinos y volvieron rápidamente a la mesa para terminar de comer.
No obstante, la criada se apiadó de los demacrados ancianos que apenas podÃan andar. HabÃa una cama de paja en el establo para los caballos donde podÃan echarse y descansar un poco. Los caballos que les hacÃan compañÃa relinchaban, pero dentro habÃa un agradable frescor y la cama era realmente cómoda. La criada se fue al cabo de un rato y al volver trajo…