Érase una vez una majestuosa pareja real. El rey y la reina tenÃan doce hijos, pero todos eran niños y deseaban con toda su alma una niña. Estaban totalmente seguros de que el próximo retoño serÃa, al fin, la niña que tanto deseaban y ambos rogaban:
«Por favor, por favor, que sea una niña, asà la podremos mimar. ¡Y le daremos dulces y regalos y muchos juguetes!».
Un dÃa, el rey hizo un anuncio.
—Si nuestro próximo vástago es una niña, desterraré a sus doce hermanos y los olvidaremos para siempre. El reino entero le pertenecerá solo a ella.
Fue una afirmación irreflexiva y dura. La reina sentÃa una profunda tristeza ante la crueldad del rey y lo que pretendÃa hacer con sus doce hijos. Estuvo llorando en sus aposentos durante una semana y no sonrió ni una vez. Lo único que hacÃa era sollozar y sollozar.
Sus hijos no sabÃan nada, claro, y, cuando uno le preguntó a su madre qué le pasaba, le dijo la verdad.
—Os quiero muchÃsimo a todos, pero vuestro padre quiere desterraros.
La reina, que querÃa proteger a sus hijos a toda costa, les suplicó que huyeran del reino lo antes posible. Les entregó los ponis más rápidos, les dio oro para el viaje y les dijo adiós entre lágrimas.
—Estad atentos a la torre. Cuando tenga a la criatura, colgaré una bandera blanca, si es un niño, y una roja, si es una niña. Un sirviente os acompañará a una cueva para que os escondáis hasta que nazca.
La cueva estaba en lo alto de una montaña escarpada y tenÃan que escalar para llegar hasta ella. Primero una mano, luego otra, y, con la ayuda de una cuerda de lino, pudieron subir todos hasta ella. Se quedaron allà vigilando la…