Érase una vez dos cuervos que vivían en un bosque profundo y oscuro cerca de una gran ciudad. Recién se habían casado y estaban locamente enamorados. Salían a volar todos los días y graznaban alegremente mientras buscaban un sitio donde hacer su nido para su nueva familia.
Buscaron por todas partes el lugar perfecto, hasta que un día encontraron un precioso árbol de gran altura y con unas robustas ramas en uno de los extremos del bosque. Les gustó tan pronto lo vieron y decidieron hacer su nido en la copa.
Se pusieron alas a la obra al instante y se turnaban para volar y recolectar el material necesario para la construcción del nido. Querían hacerlo lo mejor posible y reunieron las mejores ramas y raíces que encontraron, que debían ser todas del grosor de un lápiz; así, poco a poco, terminaron de construir su hogar.
Un día, mientras la Sra. Cuervo incubaba los huevos, su marido fue al bosque en busca de algún rico manjar. Tuvo la suerte de encontrar unos gusanos jugosos que se retorcían con vigorosidad y estaba muy feliz, pero, de regreso a casa, advirtió que el árbol en que habían construido su nido estaba hueco y que en su interior vivía una cobra enorme que daba mucho miedo.
Los dos se asustaron muchísimo, porque sus hijos estaban a punto de nacer y sabían que a la cobra, tan grande y tan espeluznante, ¡le encantaría comerse de un bocado a sus polluelos! ¡Los cuervos no sabían qué hacer! No podían mover ni el nido ni los huevos y estaban muy preocupados.
No podían proteger su hogar de una criatura tan peligrosa, así que pensaron y pensaron hasta que la Sra. Cuervo tuvo una idea fantástica. Había oído hablar de un chacal muy viejo y sabio que vivía en ese mismo bosque. ¡Podían pedirle consejo!
Así que allá fue el Sr. Cuervo en busca del chacal. No sabía ni por dónde empezar a buscar, pero, poco después, oyó a unos chacales aullando y voló en esa dirección. Pronto se vio sentado frente al viejo chacal gris y le expuso su problema.
—Por favor, dígame qué puedo hacer —le suplicó el cuervo. —¡No podemos vivir así! Estaremos aterrorizados todos los días por si les pasa algo a nuestros polluelos. ¿Puede darme algún consejo para proteger a nuestros hijos y que esa horrenda serpiente no se los coma?
—No te rindas, amigo —le dijo el chacal con una voz grave y calmada. —Podemos vencer incluso a los enemigos más fuertes. Solo tienes que hacer uso de tu sentido común.
—Pero ¿cómo vamos a vencer a una cobra tan aterradora? —le preguntó el cuervo. —¡Es mucho más grande y da mucho más miedo que nosotros! ¡Usted no le ha visto los colmillos!
—Vuela a la ciudad —dijo el chacal— y busca una casa donde vivan personas muy ricas y despreocupadas. Entonces, hazte con algo suyo de gran valor y róbaselo, pero es muy importante que te vean hacerlo. Haz mucho ruido, grazna si es necesario para llamar su atención y, en cuanto te divisen, vuela hacia tu nido lo más lento que puedas. Cuando pases por encima, comprueba que los humanos te estén mirando y, justo en ese momento, lanza su preciado objeto en el hueco del árbol donde vive la cobra.
El cuervo se mostró intranquilo con el plan, pero el chacal le aseguró que funcionaría. El cuervo le agradeció el consejo y alzó el vuelo con el batir de sus alas. Cuando llegó a casa, su esposa esperaba nerviosa sobre los huevos. Le contó lo que había hablado con el chacal y ambos decidieron seguir su consejo y continuar con el plan.
Cuando volaba camino a la ciudad, el Sr. Cuervo vio desde el cielo a una princesa que estaba nadando en un lago cristalino. La custodiaban cinco sirvientes reales, que garantizaban su seguridad y protegían las joyas que había dejado sobre la alta hierba.
La que más brillaba de todas era un precioso collar de oro salpicado de perlas rosas. El cuervo no podía dejar de mirarlo de lo bonito que era. ¡Qué preciosidad!
En un abrir y cerrar de ojos, el cuervo se lanzó desde el cielo, agarró el collar y salió volando por encima de las cabezas de los sirvientes con la joya en el pico. Voló en círculos sobre ellos para asegurarse de que lo vieran, tal como le había indicado el chacal.
Como era de esperar, estaban furiosos e intentaron golpear al cuervo con unas pesadas piedras que reunieron del suelo, pero este partió, intentando volar lentamente, y algunos de los sirvientes, que estaban muy enfadados, lo siguieron.
El cuervo esperó a que los humanos lo alcanzaran, tal y como marcaba su plan, y lanzó el collar dentro del árbol hueco donde dormía la cobra. Entonces, se posó sobre una de las ramas más altas, desde donde podía observar sin peligro a los sirvientes reales.
Estos, que gritaban y se lamentaban por la joya robada, se dirigieron de inmediato hacia el árbol. La irritable y terrorífica cobra no tardó en reptar fuera de su agujero para ver quién era el responsable de tanto ruido y, tan pronto vio a los sirvientes, se preparó para el ataque.
Se enderezó, extendió su largo cuello y siseó con rabia. Los sirvientes sabían que a la princesa le encantaría tener una cobra de mascota, de modo que la atraparon y la metieron en una bolsa. Encontraron el bonito collar dentro del alto abeto y luego se marcharon, llevándose consigo la cobra y el collar.
El cuervo volvió a su nido muy feliz. Ya no tenían que volver a preocuparse por la seguridad de su familia y vivieron felices para siempre.