A los pies de las majestuosas montañas de los Andes se encuentra un país llamado Colombia. Varias tribus han habitado estos bosques durante muchos siglos. Llegaron de todas partes, atraídos por el suelo extremadamente fértil. Para cultivar, todo lo que tenían que hacer era enganchar un par de bueyes y ponerse a trabajar arando los campos. Una vez plantadas las semillas, germinaban rápidamente. Los ricos nutrientes del suelo aseguraban abundantes cosechas, suficientes para alimentar a la gente durante todo un año.
Sus viviendas también podían construirse fácilmente gracias a la densidad de los árboles. Los numerosos artesanos expertos trabajaban la madera a mano y las casas se construían rápidamente. Esta gente sencilla y humilde vivía en paz y tranquilidad.
Pero hace mucho tiempo, en uno de esos asentamientos, un grupo de jóvenes decidió cometer un acto verdaderamente terrible...
—Expulsaremos a todos los ancianos y ancianas de este pueblo. Solamente son una molestia para nosotros. Ya no pueden ayudar en el campo ni recoger leña y son inútiles en las obras —anunció el líder de los jóvenes colonos.
—Algunos incluso necesitan ayuda para lavarse o comer. Y esto es totalmente inaceptable —dijo otro, enumerando todas las razones por las que consideraban necesario deshacerse de los ancianos.
La multitud de jóvenes coreaba y aplaudía cada vez que alguien hablaba de esta manera. Nadie quería cuidar a los ancianos: los consideraban una carga.
Santiago fue uno de los jóvenes que asistió al encuentro. Meneó la cabeza con disgusto al ver cómo los demás podían tratar así a sus abuelos y abuelas. Él no iba a tolerarlo.
—¿Han perdido la cabeza? —gritó molesto entre la multitud y todos se volvieron hacia él—. Estos ancianos nos han enseñado todo: cómo cultivar, cómo cazar en los bosques y cómo preparar comidas saludables.…