Hace mucho tiempo, vivÃa un rey que tenÃa tres hijos llamados Pedro, Juan y José.
VivÃan felices en el palacio real hasta que un dÃa el viejo rey cayó enfermo. Citó a curanderos de todo el mundo, pero nadie pudo ayudarle. Estaba perdiendo rápidamente la vista. Estaba casi ciego cuando un curandero del Extremo Oriente visitó su corte. Le dijo que solo habÃa una cura para él: una poción hecha con flores de olivo. Cuando el rey escuchó al curandero, le dio las gracias y le recompensó con una moneda de oro. Estaba muy contento hasta que se dio cuenta de que no crecÃan olivos en ningún lugar de su reino. Llamó a sus tres hijos y les pidió que fueran a buscar flores de olivo para su poción.
El hijo mayor se acercó a su padre y le dijo: —Iré a buscar las flores de olivo como me pediste. Pero viajar por el mundo me costará una fortuna. Necesito el dinero de mi herencia, que me corresponde por derecho, y emprenderé mi viaje.
Viajó por todas partes, y pasaron semanas y meses, pero no encontró ni un solo olivo. Un dÃa se encontró con una anciana arrugada. Ella le dijo: —Por favor, querido señor, deme una o dos monedas o comparta algo de su comida conmigo. Llevo dos dÃas sin comer.
Pero Pedro no tenÃa buen corazón. Solo le dirigió una mirada desagradable y se marchó. Siguió caminando durante semanas, pero no encontró ningún olivo.
Pasó el tiempo y el rey estaba cada vez más inquieto y frustrado. Llamó al hijo de en medio, Juan, y le pidió lo mismo. El segundo hijo también pidió su herencia antes de marcharse y el rey no tuvo otra alternativa que darle el dinero. Juan también encontró a…