Érase una vez una casita de madera con una gran puerta verde en un prado bajo las montañas, y en esa casa vivÃan una cabra llamada Elisa y sus siete bebés.
Los cabritos, que es como llamamos a los bebés de las cabras, habÃan nacido apenas unas semanas antes, por lo que sólo salÃan de casa con su madre. Aún eran bebés, pero ya tenÃan cuernitos y les gustaba jugar y hacer travesuras, asà que Elisa decidió enseñarles los peligros que podÃan encontrarse por el mundo si no tenÃan cuidado.
Su madre los llevó a la tierra donde vivÃa el viejo guardabosques gruñón, más allá del ruidoso riachuelo. TenÃa un jardÃn enorme con muchos árboles frutales en flor, arbustos con hojas verdes y crujientes y frambuesas esperando a ser comidas. Los niños nunca habÃan probado las frambuesas antes, y les encantaron.
Elisa estaba a punto de regañar a sus pequeños glotones por masticar los arbustos de frambuesas del guardabosque cuando oyeron un ladrido furioso muy cerca. Fue tan fuerte que las patitas de los cabritos empezaron a temblar y, un momento después, al ver el aspecto del perro del guardabosques, se asustaron aún más.
Se llamaba Colagusano, que no es un nombre que asuste, pero tenÃa un largo pelaje oscuro que se erizaba en una cresta sobre su espalda ¡Era aterrador, tan grande como un oso! Sin embargo, Elisa mantuvo la calma porque sabÃa que Colagusano estaba atado y sólo podÃa llegar hasta el manzano, que estaba lo suficientemente lejos como para que estuvieran a salvo.
— Asà que, mis pequeños —dijo con voz firme—, quiero que recuerden lo peligroso que puede ser por estos alrededores, y prométanme que nunca vendrán aquÃ.
—¡Lo prometemos, mamá! No vamos a olvidarnos de un perro tan grande y temible…