Ese dÃa llovÃa a cántaros. Las clases del primer curso terminaron y los niños huyeron a casa cruzando charcos. Sólo Juana seguÃa en el vestuario porque no encontraba su paraguas. Su madre no dejó de repetirle durante toda la mañana:
— Juana, no olvides el paraguas. Hoy va a llover.
Sin embargo, se olvidó el paraguas en casa y tuvo que regresar a regañadientes bajo el chaparrón. Sólo dio unos pasos y ya estaba empapada. Por eso, decidió esconderse rápidamente bajo el tejado más cercano a esperar a que la tormenta amainara.
— Esta lluvia da mucho miedo —se dijo a sà misma—. ¿Por qué tiene que existir la lluvia?
Fue entonces cuando una gota de lluvia del tejado cayó sobre su nariz y allà se quedó, asentada, justo delante de sus ojos. Juana los entrecerró para fijarse mejor. La gota parecÃa tener una cara pequeña, y unos ojos diminutos y alegres, e incluso unos labios pequeños, que inmediatamente empezaron a hablar:
— ¿Por qué no te gusta la lluvia? —preguntó la gota de lluvia.
Juana temblaba por la sorpresa, temblaba tan fuerte que la gota de lluvia rodó y le cayó directamente en la palma de la mano. La muchacha se llevó la palma a los ojos y miró la gota con curiosidad.
— ¡Eres una gota de lluvia parlante! —dijo Juana, incapaz de ocultar su asombro—. ¡Es maravilloso!
— De repente, la lluvia no parece tan mala, ¿verdad? —dijo la gota de lluvia con una risita.
Juana suspiró y se estremeció.
— ¡No es verdad! Mira, estoy empapada. Si no hubiera llovido, podrÃa haber jugado con mis amigos en la calle.
— Eso no importa —dijo la gota de lluvia—. No pienses sólo en ti. Las gotas como yo seguirán regando las flores, la hierba…