Érase una vez una modesta cabaña en la que vivía un matrimonio muy humilde con su única hija, Marina. No tenían dinero ni posesiones, pero se querían mucho y siempre se ayudaban entre ellos. Su pequeña niña se estaba convirtiendo en una hermosa joven y además era trabajadora y tenía muy buen corazón.
Un día, la madre se puso muy enferma y murió poco tiempo después. La enterraron, la lloraron y siguieron con sus vidas. Con el tiempo, el padre se enamoró de otra mujer, que tenía una hija que se llamaba Ágata y, poco tiempo después de conocerse, se casaron.
Ágata también era muy bella, pero su corazón no lo era tanto. La niña era perezosa y cruel, pero su madre la alababa por todo y siempre le echaba la culpa a Marina.
Las dos niñas iban normalmente al telar para tejer unas alfombras de colores muy vivos. La fábrica de tejidos estaba cerca, pero el sonido del telar se oía desde muy lejos. No era un trabajo fácil.
Marina trabajaba por las dos mientras Ágata se reía de ella por ser una tonta y trabajar tanto. Prefería dormitar durante el día mientras Marina tejía. En casa, Ágata se jactaba del trabajo que había hecho Marina como si lo hubiera hecho ella. Nunca decía la verdad: que había estado todo el día de brazos cruzados comiéndose lo que habían llevado para comer a mediodía.
Un buen día, mientras tejían alfombras, la perezosa Ágata tomó del taller todas las alfombras que ya estaban terminadas, las puso en una carretilla y se las llevó a casa. Luego, les dijo a sus padres, muy orgullosa, que había tejido todas las alfombras ella sola. Marina no pudo hacer otra cosa que volver a casa con las manos vacías.…