Érase una vez una familia muy pobre. Vivían modestamente, pero un día ya no les quedaba nada para llevarse a la boca, así que el padre, cabeza de familia, le pidió a su mujer que asara el último ganso que les quedaba en la granja.
—Cuando lo tengas hecho, lo llevaré a casa del señor y tal vez pueda cambiarlo por un saco de harina. Con esa harina prepararemos unas tortas que nos durarán más y nos llenarán las barrigas durante más tiempo que un ganso —pensó el granjero en voz alta.
La mujer preparó el ganso asado, lo colocó con cuidado en la cesta y se la entregó a su marido. El granjero agarró la cesta, cerró la puerta y se marchó. Al llegar a la casa del señor, le ofreció el ganso como regalo. Esperaba que se apiadara de él y le ofreciera harina u otra cosa a cambio.
—Gracias por tu regalo, es muy amable por tu parte granjero; sin embargo, no sé cómo debería repartir este ganso. Tengo mujer, dos hijos y dos hijas. No quiero ser injusto con ninguno de ellos —dijo el señor misteriosamente, esperando a ver cómo se las arreglaba el granjero.
Este no se lo pensó mucho e inmediatamente empezó a repartir el ganso.
—Tú eres el cabeza de familia, así que te quedas con la cabeza. —El granjero cortó la cabeza del ganso y se la dio al señor.
—Tú eres la señora de la casa, pasas mucho tiempo sentada en casa, cuidas de ella y creas un hogar. —El granjero cortó el trasero y se lo entregó a la señora de la casa.
Luego cortó las patas y se las pasó a los hijos para que caminaran con más facilidad cuando salieran de casa para…