Hace mucho, mucho tiempo, en un pequeño pueblo de Hertfordshire, vivÃa un panadero que era muy, muy codicioso. VendÃa deliciosos panes y pasteles dulces, pero también conocÃa todos los trucos a la hora de estafar a los clientes. Todas las noches se sentaba en la mesita de su cocina y contaba cuánto dinero habÃa ganado ese dÃa, riendo con malicia.
El panadero tenÃa una hija de ojos azules y pelo oscuro que le ayudaba en la tienda y que era tan malvada como su padre. Un dÃa, cuando estaba trabajando sola, entró una anciana en la tienda.
—Por favor, querida —dijo la viejecita— ¿serÃas tan amable de darme un poco de tu masa? Hace tres dÃas que no como y no tengo ni una moneda.
La joven era reacia a dar algo gratis, pero la anciana no se iba y pensó que el negocio no se verÃa bien con una mendiga en la tienda. Finalmente, aceptó y le dio a la mujer un poquito de masa para deshacerse de ella rápidamente. No tenÃa paciencia.
La anciana tomó el trozo de masa, pero volvió a dirigirse a la joven.
—Por favor, querida niña, no quiero molestar, pero ¿serÃas tan amable de hornear en tu horno este pedacito de masa que me diste? Verás, no tengo horno y tengo muchÃsima hambre.
—Bien —espetó la joven— dámelo. —Tomó el trocito de masa y lo metió en el horno.
La anciana se sentó plácidamente a esperar.
Después de un rato, la hija del panadero fue a comprobar la masa, esperando ver la barra de pan más pequeña del mundo. Pero, ¿cómo podÃa ser? ¡El pequeño trozo de masa se habÃa convertido en una enorme barra de pan!
La codiciosa joven no podÃa creer su suerte. Rápidamente retiró el pan del horno y lo escondió…