Hace mucho tiempo, hubo un valiente soldado. Tenía un caballo fiel que le había hecho compañía durante muchos años. El caballo permaneció a su lado en el campo de batalla durante la guerra, superando todos los desafíos y peligros que encontraron en el camino. El soldado sabía muy bien que la valentía de su caballo era la razón principal por la que, todas las veces, podía regresar a casa sano y salvo de cada batalla, y por eso hizo todo lo posible para darle la mejor vida posible.
El soldado le daba de comer la mejor comida tres veces al día, y siempre había mucha paja para que comiera cuando quisiera. Bebía galones y galones de agua y el soldado rellenaba su bebedero varias veces al día. El soldado cuidaba su pelaje, asegurándose de que estuviera siempre liso y brillante, y peinaba las crines del caballo todos los días. Además, el herrero siempre los visitaba para mantener los cascos del caballo sanos y protegidos con herraduras.
En definitiva, el soldado hacía todo por el caballo, mimándolo y cuidándolo, día tras día. El caballo siempre estaba en forma y contento y relinchaba alegremente en su establo, que siempre estaba tan limpio que no había ni una sola mosca. Y el caballo premió a su amo con buenos servicios en la batalla y se convirtió en su compañero inseparable.
Después de un tiempo, la guerra terminó y el soldado ya no necesitaba un caballo para el campo de batalla. Se convirtió en agricultor y comenzó a usar su caballo para trabajos muy pesados. Todos los días, el caballo tenía que ayudar a su dueño arando el campo, arrastrando un arado muy pesado detrás de él. A veces, el soldado lo aprovechaba para arrastrar madera del bosque o traer…