Había una vez un hombre que vivía humildemente en una choza modesta, justo en las afueras del pueblo. Solamente tenía una taza de hojalata para el agua, un cuenco de barro y una cuchara para su potaje y una sencilla cama de madera. Entonces, un día, tuvo la suerte de heredar una fortuna de un primo lejano.
Por primera vez en su vida, podía tener todo lo que quería y todo lo que alguna vez soñó. Esto lo cambió mucho. Empezó a gastar como si el dinero nunca pudiera acabarse. Vivía solo, pero aun así se mudó a una casa grande y elegante con docenas de habitaciones.
Cada día gastaba más y más dinero. Si alguna cosa le llamaba la atención, la compraba, aunque no la necesitara. Tenía muchas cosas, pero eran muchas cosas inútiles.
Entonces, un día, se dio cuenta de que se le estaba acabando el dinero. Pensó que debía ganar más dinero, pero no quería trabajar. ¿Por qué debería hacerlo? Después de todo, todavía era un poco rico.
Empezó a jugar a las cartas y a apostar, con la esperanza de ganar más dinero y vivir cómodamente sin tener que hacer mucho. ¡Pero sucedió todo lo contrario! Terminó apostando y perdiendo todo su dinero. ¡Perdió lo poco que quedaba de sus ahorros! ¡Incluso perdió su hermosa casa con todos los muebles!
Solamente le quedaba un sencillo abrigo de invierno. Pero no se preocupó. Pensaba que todo iba a mejorar. Que su suerte seguramente cambiaría.
El largo y duro invierno terminó y llegó la primavera. El hombre salió a caminar y sintió el sol que le calentaba la cara. Los pájaros volaban sobre su cabeza y cuando vio que también había golondrinas entre ellos, supuso que pronto llegaría el verano.
—Será verano y pronto…